Un beso

Una escena de la que no me olvidaré nunca, y eso que han pasado varios años, fue ésta:
Me encontraba en un vagón del convoy que va de Córdoba a Río Cuarto. Faltaban tres minutos para la salida del tren, cuando llegó una cupletista que había estado trabajando en un teatro de esa ciudad. La acompañaba el administrador del mismo, y de pronto, delante de todos los pasajeros, el hombre tomó la cabeza de la mujer y le dio un beso; pero uno de esos besos largos, desesperados; un beso donde se adivina el lanzamiento del alma en una caricia definitiva. Todos los pasajeros nos quedamos perplejos, bajo una impresión casi dolorosa.
Luego el tren partió…
Cuarenta y ocho horas después, en Río Cuarto, estando en un café, tomo un diario del día anterior. Leo y de pronto quedo inmóvil. A tres columnas, el periódico traía la noticia del suicidio del administrador del teatro donde había trabajado la cupletista. Dejé el diario, y me quedé pensando. Ahora se explicaba ese beso. El hombre, al concurrir a la estación, sabía que era la última, la última y definitiva vez en que miraba y besaba ese rostro que quizá por cuantas tierras más aún iría esparciendo su vida fácil y musical.
Y de pronto, ese espectáculo tomó tal vida en mi imaginación, que durante mucho tiempo no pude apartarlo de mis cavilaciones. Había asistido a los últimos momentos de un suicida, de un hombre que se mató sin dejar una línea escrita y que, sin embargo, no tenía aparentemente motivos para matarse.

Tomado de SECRETOS FEMENINOS
Aguafuertes inéditas

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