Prologo a SECRETOS FEMENINOS Aguafuertes inéditas

Roberto Arlt

SECRETOS FEMENINOS

Aguafuertes inéditas

Prólogo

La escritura arltiana no puede disimular una marcada predilección por el rasgo excéntrico, entendiendo esta expresión en el sentido puramente espacial. El centro como lugar de lo aceptado, la convención, la tranquilidad o el orden es, sistemáticamente, el punto evitado —y socavado— por ella. Esa intención desviatoria, esa predilección por los márgenes, es manifestación de una tendencia anárquica rastreable sobre todo en los materiales con que se construye el texto, en el trabajo con los géneros y en el tratamiento de los temas.

Si bien toda una tradición crítica ha coincidido unánimemente en el remanido juicio acerca de la "mala escritura" de Roberto Arlt, lectores más avisados (Onetti, Piglia) han leído de otra forma esa "desprolijidad escritural". En realidad, se trataría de rescatar un cúmulo de voces o jergas desplazadas de los sistemas literarios dominantes y de incorporar al territorio de las letras lo excéntrico-lingüístico: básicamente, el aporte dialectal inmigratorio operado a través del lunfardo.

En cuanto al aspecto genérico, se asiste a un fenómeno similar. Ya desde sus primeras producciones, Arlt pareció demostrar cierto interés por la reelaboración de formas altamente cristalizadas con fines indudablemente humorísticos. La carta abierta, el sermón, la crónica jurídico-policial, la epístola de perfil religioso, etc., son utilizadas para expresar contenidos extravagantes o describir tipos caricaturescos. De hecho, ¿qué otra cosa son extensos tramos de El juguete rabioso sino una experimentación con modos de la novelística picaresca tradicional? ¿Qué otra cosa es esa novela sino un singular ensamble de autobiografía, picaresca y novela de formación? Las mismas aguafuertes, en tanto novedoso cruce de registros referenciales y literarios, no escaparían tampoco a aquellas experimentaciones de hibridaje genérico.

Es notoria en esta narrativa una inclinación a tratar temas y personajes ubicados más allá de lo convencional y lo socialmente aceptable. En efecto, el tipo arltiano suele adoptarlos caracteres de la marginalidad. Hay en esta escritura una inclinación constante por dar la palabra a los desclasados; en cambio, aquellos que han hallado su lugar en la estructura social y están conformes con él —tal es el caso de los "tenderos" o de los "pequeños propietarios"— son objeto de un sarcasmo feroz. Al respecto, resulta paradigmático un cuento como "Las fieras", donde el narrador (un cafishio) ejecuta —literalmente— su relato "desde abajo", desde las profundidades del sistema social, a manera de una confesión dirigida a la mujer amada y perdida. La voz de un marginal describe a otros marginales y sus actos más atroces de igual a igual. Esa mirada interna —acaso comprensiva— contrasta con la otra, vuelta hacia afuera, que a través de la vidriera de un café mira sin ver pasar "mujeres honradas del brazo de hombres honrados".

El rasgo convencional y conformista es lo ajeno por excelencia a la literatura de Roberto Arlt. El fantasma de la caída o la certeza de no pertenecer a ningún lugar socialmente definido determinan a muchos de sus personajes. De ahí también la importancia de las que podríamos denominar geografías del tránsito y la marginación: el galpón, lugar del inventor amateur, posee un matiz de clandestinidad respecto de la ciencia como institución; el calabozo, el hospital, el prostíbulo como lugares de castigo, ocultamiento y encierro, son espacios negados por la sociedad, "invisibles" pero a la vez de naturaleza curiosamente paradójica, ya que en su interior las máscaras caen y la simulación hipócrita "de afuera" queda al descubierto; la pieza de hotel o de pensión, lugar transitorio por naturaleza, se asocia al baúl, ese otro elemento de la transitoriedad y el "homo erraticus", el tipo ciudadano tan caro al imaginario arltiano, el hombre solitario y cínico que carece de una familia y un hogar. Resulta esperable, entonces, que esos seres sin lugar fijo guarden hacia las instituciones sociales la actitud de desconfianza y rechazo que sólo despierta aquello ajeno, incomprensible o, simplemente, inaceptable. Por ese lado deberíamos leer el tópico de la revolución: la anarquía arltiana acaso tenga más de angustia existencial que de mera propuesta política; encontrar un lugar y darle sentido a la existencia ("hacer algo de la propia vida") parece ser el móvil de estos antihéroes.

En la serie de aguafuertes que integran el presente volumen, el. blanco de la sátira arltiana se constituye fundamentalmente en los rituales menores que rodean las relaciones entre hombres y mujeres; el noviazgo, el amor a primera vista, la castidad de las novias, el matrimonio, etc., forman parte de esos centros o "nudos" que su escritura tiende a desenmascarar. "Afinar y desviar sensiblemente" nuestra lectura de los textos ya consagrados de Arlt justifica ampliamente el rescate de estas páginas.

Guillermo García

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