La muerte tiene permiso

Sobre el estrado, los ingenieros conversan, ríen. Se golpean unos a otros con bromas incisivas. Sueltan chistes gruesos cuyo clímax es siempre áspero. Poco a poco su atención se concentra en el auditorio. Dejan de recordar la última juerga, las intimidades de la muchacha que debutó en la casa de recreo a la que son asiduos. El tema de su charla son ahora esos hombres, ejidatarios congregados en una asamblea y que están ahí abajo, frente a ellos. "Sí, debemos redimirlos. Hay que incorporarlos a nuestra civilización..."

Así comienza "La muerte tiene permiso" (1955), obra maestra del cuento mexicano y latinoamericano, sin duda el cuento más famoso de Edmundo Valadés.

Y sigue el cuento: sobre el estrado, los ingenieros miran de reojo y peroran con insultante suficiencia sobre qué estilo de gobierno aplicar a estos campesinos a los que la revolución mexicana dice defender, entre el despotismo ilustrado y la mano dura, y gastan bromas antes de dar comienzo a la asamblea.

Los de abajo están callados, "con el recogimiento del hombre campesino que penetra en un recinto cerrado: la asamblea o el templo". En el estrado el presidente se atusa los bigotes, agita la campanilla y anima a los campesinos a que hablen. "Queremos ayudarlos, pueden confiar en nosotros". Los campesinos levantan poco a poco las manos y hablan tímidamente de sus problemas, el cacique, el agua, la escuela. Pero al fondo hay un grupito que cuchichea. Son del mismo pueblo y no se atreven a hablar. Por fin eligen a un representante, el más decidido, el más concernido por aquello que los ha traído hasta allí. Es un campesino llamado Sacramento.

"Queremos hablar por los de San Juan de las Manzanas, dice. Traemos una queja contra el Presidente Municipal".

Y empieza a desgranar el rosario de agravios infringidos por el alcalde. Habla sin énfasis, como si estuviera arando la tierra. Habla de arbitrariedades sin cuento, de latrocinios, de usura, de la violación de unas muchachas, del asesinato de su propio hijo a manos de los sicarios del cacique: "me lo devolvieron difunto, con la cara destrozada". Y Sacramento concluye: "Ya nos cansamos de estar a merced de tan mala autoridad. Y como nadie nos hace caso, queremos tomar aquí providencia. A ustedes, que nos prometen ayudarnos, les pedimos su gracia para castigar al Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas..."

El estrado se agita. Los ingenieros discuten. Por un lado tienen miedo de los campesinos, de su reacción oscura y violenta si no se hace justicia ante lo que parece el abuso criminal de uno de los suyos. Pero son los garantes de la ley, y no deben -no deberían- sancionar la barbarie campesina del ojo por ojo. Al final deciden no decidir, sino someter la decisión a la asamblea. El presidente de la mesa se levanta:

"Los que estén de acuerdo en que se les dé permiso para matar al Presidente Municipal que levanten la mano..."

Todos sin excepción levantan la mano. Los ingenieros también.

El presidente habla: "La asamblea da permiso a los de San Juan de las Manzanas para lo que solicitan".

Entonces Sacramento dice:

"Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas está difunto."

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Edmundo Valadez

[Fin del cuento]

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Si lo queréis leer entero:

http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/derhum/cont/35/pr/pr34.pdf

1 zapataleadas, deja aquí tu comentario:

Fer de la Cruz dijo...

Muy buen cuento. Lástima que en ese enlace de la CODHEM esté pésimamente capturado, lleno de erratas, con guiones en lugar de rayas de diálogo, diálogos como si fueran incisos... Es una vergüenza. El maestro Valadés se volvería a morir, con o sin permiso :p